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Suicidios por desesperanza COVID-19

Suicidios por desesperanza COVID-19

Acongoja sobremanera leer en  prensa sobre el aumento inquietante de suicidios inducidos por la pandemia COVID-19. A principios de este año 2021 la OMS ya alertaba de un repunte de los mismos y una profusión de trastornos psicológicos debido a la pandemia.

El Doctor del hospital Parc Taulí de Sabadell, Diego Palao, por su parte, alertaba recientemente  del impacto de la pandemia en nuestra salud mental, una tormenta perfecta para el incremento de la sintomatología de depresión y el riesgo de suicidio entre la población más vulnerable.

Quien mejor y más rápidamente informa de estos sucesos es Japón, un país muy sensibilizado con este doloroso problema. Recientemente hemos conocido que este país ha creado el Ministerio de la Soledad para intentar frenar estos sucesos.  El bosque de Aokigahara sito en las estribaciones del monte Fuji es la localización perfecta para muchos jóvenes japoneses con el ánimo de acabar con sus días. A su entrada, un angustioso cartel advierte: “tu vida es un hermoso regalo de tus padres. Por favor piensa en tus padres, hermanos e hijos. No te lo guardes. Habla de tus problemas”.

Hablar de problemas. Los especialistas en ello son los psicólogos, profesionales por los que ninguna administración pública reciente en España presta atención suficiente. Nuestros iletrados políticos solo parecen confiar en la cuasifelicidad que aportan unos psicofármacos que se tornan insuficientes para acometer el dolor que sufre esta generación COVID-19.

El suicidio como solución terminal para un individuo se perpetra en estados graves de angustia y depresión. Recordemos que el dolor psíquico o dolor emocional es la causa más significativa para decidir quitarse la vida. En mayor número lo intentan los diagnosticados con un Trastorno de Depresión Mayor.

Sin embargo, conviene saber que algunos suicidas pretenden únicamente llamar la atención de su entorno directo. Los trastornos mentales (graves) se conjugan dramáticamente para provocar la mitad de los casos de suicidio en todo el mundo. Sobre todo, producidos por tensiones importantes, estrés, abuso y tantas otras situaciones de estrés vital. Y en este tiempo pandémico,  el COVID-19 se establece inopinadamente como candidato férreo para cometer el acto fatal en seres tocados por el infortunio psicológico.

Si en nuestro entorno familiar o personal conocemos a personas en grave riesgo de suicidio hemos de ayudarles a que busquen la ayuda psicológica o psiquiátrica que necesitan. En un caso extremo podemos llamar a la policía. Hay soluciones para todas estas personas que sufren de desesperanza. Lo peor es dejarlo pasar y no dar importancia a los signos que indican claramente que alguien quiere poner fin a su vida.

Las personas que se obsesionan por  dar término a su existencia suelen presentar un deterioro psicológico muy importante; podemos preguntarles sobre sus intenciones o hacer averiguaciones sobre su comportamiento; es importante no dejarlos solos, y apartar de ellos cualquier elemento peligroso, útil o instrumento con el que puedan dañarse; no es buena idea recurrir a culpabilizarlos, ni ignorar sus sentimientos de aguda tristeza; hemos de mostrarnos cercanos y amables, y buscar la forma de hacer imperar en ellos pensamientos más positivos;  informarles que con ayuda podrán salir adelante y superar la angustia: que todo no está perdido.

Atención, que aunque el potencial suicida presente signos de mejoría, los pensamientos sobre muerte pueden persistir durante algún tiempo. Recordad lo más importante: la mayoría de potenciales suicidas no quieren morir. Solo desean librarse del dolor y la angustia.

Alberto Bermejo

Psicólogo clínico

Gabinete de Psicología Eidos (Alicante)

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Felices… ¿para siempre?

Felices… ¿para siempre?

Uno de los grandes mitos de nuestra humanidad es la búsqueda de la felicidad. Desde niños crecemos imbuidos por la idea de que venimos a este mundo para ser los más felices. Nuestra cultura occidental está cimentada en la idea de que el hombre es bueno y ser feliz es lo más natural del mundo.

Quiero centrarme en escribir unas líneas sobre el concepto de felicidad desde la óptica de la psicología clínica; subrayando inicialmente algunas ideas algo desadaptativas que son compartidas por muchos:

  1. Podemos sentirnos felices para siempre.
  2. El hombre nace para ser feliz en este mundo.
  3. Si no eres feliz, eres un ser desgraciado.
  4. No podemos tolerar el malestar, hay que luchar contra él.

Podríamos señalar más ideas de este tipo, con poca base real; pero no quiero extenderme. Preguntaos: ¿qué es la felicidad?. Nadie se pone de acuerdo al respecto y es asunto muy opinable.

La cruda realidad (y no quisiera ponerme pesimista) es que la felicidad perenne no existe, el hombre no nace para ser feliz (no es su cometido primordial, no nació con ese fin), se puede ser feliz y desgraciado a un tiempo (todo depende de cada momento y cada situación vital) y también constatamos los psicólogos que el malestar forma parte de nuestra existencia.

Por favor, no matéis al mensajero. Podemos vivir con moderada felicidad, sí.  Aunque quisiera llamar la atención sobre el hecho de que construimos nuestra vida en general sobre una ideología de la felicidad equivocada.

Lo qué debemos tener presentes es tener conciencia de quienes somos. Somos seres vulnerables. Seremos felices en cada momento, dependiendo de nuestro modo de valorar nuestro mundo y nuestro entorno. Y en ocasiones estaremos en presencia del malestar y tendremos que vivir con ello. La psicología clínica nos enseñará actitudes, estrategias y técnicas para hacerle frente. Vivir sumidos en depresión, ansiedad o sufriendo trastornos psicológicos diversos no es una opción; podemos vivir más profundamente vidas razonablemente felices.

En mi opinión, la felicidad consiste en sentirnos plenamente vivos. La felicidad en la práctica es tener conciencia de quienes somos y sentirnos satisfechos pese a vernos a menudo sumidos en la incongruencia; es establecer un propósito en nuestra existencia y trabajar por conseguirlo; la felicidad es vivir cada instante como si fuera el último, extraer lecciones valiosas de cada acontecimiento; es disfrutar con cada nuevo aspecto de nuestro entorno vital. La felicidad es sentirnos estimulados física, social e intelectualmente; felicidad es alejarnos de todo lo que estropea nuestra capacidad de ser feliz (las adicciones, la delincuencia, la corrupción, la violencia, etc.). Felicidad es también, y sobre todo, creatividad.

Comentemos un par de factores importantes en esto de construir felicidad (aparte de muchos recursos y consejos habituales) y ya retomaremos el tema en otra ocasión porque me gusta no escribir  posts excesivamente densos.

Un estudio publicado en el Journal of Epidemiology & Community Health http://jech.bmj.com/ determinó, a partir del análisis de cuestionarios respondidos por 51000 noruegos, que asistir y participar a actividades culturales producía satisfacción, bienestar y lo más importante, que las personas que asistían a estos eventos eran menos propensos a la ansiedad y la depresión. Y estudios similares han conducido a resultados también similares.

En mi opinión, cualquier actividad reforzante (agradable) que rompa con la dura rutina de cada día repercutirá positivamente en nuestra salud e incrementará nuestra capacidad de sentirnos más felices. Así que, te aconsejo que potencies tu vinculación con actividades culturales. Un consejo también muy importante, sin duda alguna, es que te mantengas plenamente activo. La pasividad es enemiga de lo bueno.

Otro ejercicio muy saludable y de importancia a la hora de fortalecer nuestro sentimiento de felicidad cotidiano es la risa. Aristóteles ya decía que “la risa es un ejercicio corporal valioso para la salud”. ¿Se acuerdan ustedes del libro “El nombre de la Rosa” y la equivocada valoración religiosa de reír  por uno de sus personajes?. Pues ahí lo tenemos…

Al parecer, gracias a la risa se liberan sustancias bioquímicas, como la dopamina y la adrenalina que influencian positivamente nuestro estado de ánimo e incrementan nuestra creatividad. La risa es la contraparte de la depresión y la tristeza, mejora nuestra autoestima y alivia el insomnio.  Además, se ha demostrado que refuerza también el sistema inmunológico. En definitiva, y a juicio de muchos investigadores, facilita respuestas fisiológicas, psicológicas y espirituales.

Recordad, de cara a vuestra felicidad, lo que dice un proverbio chino: “para estar sano hay que reirse al menos 30 veces al día”. Tomad buena nota.

Alberto Bermejo

Psicólogo clínico

Gabinete de Psicología Eidos (Alicante)

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Psicofármacos, antidepresivos, depresión y sexo

Psicofármacos, antidepresivos, depresión y sexo

Un dato objetivo: de acuerdo con cifras contrastadas internacionalmente una de cada tres personas puede contraer al menos un episodio depresivo a lo largo de su vida. Y en España la realidad es que las personas que padecen depresión acuden a un médico psiquiatra y no a un psicólogo clínico, saliendo de su consulta con una receta de un ISRS (Inhibidor selectivo de la captación de serotonina), los fármacos antidepresivos más recetados. Estos fármacos producen cambios en la función serotoninérgica en determinadas vías cerebrales, precipitando un incremento de la serotonina disponible para el cerebro. El nivel de serotonina, según estudios neurobiológicos, también se ha encontrado asociado a trastornos relacionados con la adicción y con otros problemas de salud mental, de ahí que incluso en trastornos de ansiedad (como en en trastorno obsesivo-compulsivo), en trastornos adictivos e incluso en trastornos de personalidad la medicina ha sugerido incorporar antidepresivos en la rutina psicofarmacológica ofrecida a estos pacientes.

Querría dejar aquí bien patente mi desacuerdo en que para cualquier trastorno de salud mental (trastornos que en su mayor parte son trastornos adaptativos, es decir, relacionados con nuestra manera de relacionarnos con los demás, con nosotros mismos y con el mundo, sin ser graves) el paciente termine llevándose a la garganta los mentados antidepresivos. Estimo que  en un trastorno considerado leve o moderado deberían introducirse estrategias de autocontrol o terapias cognitivo-conductuales dirigidas por psicólogos clínicos; es decir herramientas psicológicas, antes de incluir prescripciones psicofarmacológicas; o en cualquier caso una terapia mixta psicomédica que incluya psicoterapia. Toda vez que la psicología ofrece soluciones eficaces y eficientes para todos estos trastornos.

Pues bien, estos fármacos antidepresivos (como el archifamoso PROZAC, que hace unos años despertó un interés inusitado en EEUU, hasta el punto que llegó a denominarse la “droga de la felicidad”) presentan efectos secundarios en la función sexual de hombres y mujeres en buena parte de sus consumidores.  Es el gran problema.  Un incremento de la serotonina interfiere claramente en las relaciones sexuales de hombres y mujeres, incluso inhibiendo el deseo sexual

La interferencia sexual se produce porque el incremento de serotonina induce cambios psicofisiológicos que afectan a los sistemas simpático y parasimpático del sistema nervioso autónomo, implicados en la sexualidad, en los que no nos vamos a detener ahora.

Si usted debe tomar antidepresivos por prescripción médica  (tampoco nos olvidemos, un paciente con depresión clínica no desea frecuentes relaciones sexuales) y quiere mantenerse sexualmente activo debe plantear a su médico una reducción de la dosis del medicamento o su asociación con otro psicofármaco que le pueda ayudar en las relaciones sexuales; o incluso suspender la toma de la medicación durante pequeños períodos, pero siempre manteniendo las dosis clínicamente necesarias.

Se han detectado en algunos casos abandonos de medicación por su interferencia en la sexualidad del paciente. Hay que evitarlo.

Para no ser completamente negativos podemos acabar con una buena noticia. Y es que desde hace unos años contamos con un antidepresivo ISRS cuya interferencia en la vida sexual de los pacientes es muy reducida.

Alberto Bermejo

Psicólogo clínico

Gabinete de Psicología Eidos (Alicante)

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