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Depresión y Tristeza

Gabinete de Psicología EIDOS

Estamos habituados a usar la palabra “depresión” con excesiva frecuencia. Cuando tenemos un mal día, nuestro estado de ánimo está un poco más bajo de lo habitual o incluso estamos cansados, la expresión que acude a nuestra mente es “estoy deprimido”.

La depresión es mucho más que todo esto; es un serio trastorno emocional que implica cambios importantes en nuestra forma de sentir, de pensar y de actuar. Nuestras emociones cambian sensiblemente y puede que tengamos muchas ganas de llorar, que notemos tristeza, y no es infrecuente que aparezcan otros sentimientos desagradables como irritabilidad o ansiedad. Más a nivel corporal, suelen producirse cambios, como notar un cansancio continuo y desproporcionado, pérdida de apetito, problemas de sueño, tensión muscular, y muchos más. También es muy corriente notar una importante disminución del deseo sexual.

Nuestra forma de pensar sufre modificaciones: tendemos a ver el lado oscuro de las cosas. Es como si nuestra visión se hubiera alterado de forma que vemos la realidad teñida de pesimismo y negatividad. Solemos pensar mal acerca de nosotros mismos, nos desvalorizamos y nos culpamos por muchas de las cosas que hicimos y nuestra autoestima se reduce significativamente. El mundo nos parece un lugar hostil y absurdo en el que vivir y no entendemos la vida, ni cómo ni porqué suceden las cosas. Podemos creer que los demás no nos tienen ningún aprecio y que incluso nos rechazan y percibimos el futuro como un callejón sin salida, sin esperanza, con pocos deseos de seguir adelante.

Nuestra forma de actuar va en consonancia con nuestros sentimientos y nuestros pensamientos ya que tendemos a ir reduciendo nuestras actividades; nos volvemos más pasivos y de una forma más o menos rápida, dejamos de salir, de quedar con otras personas o incluso, de ir a trabajar. Podríamos decir que una persona que se pasa el día entre el sofá y la cama, llorando y quejándose continuamente, estaría deprimida. Y no solo porque esté sufriendo algunos de los cambios que hemos citado anteriormente, sino porque esta forma de sentir, pensar y actuar, se mantiene durante un período de tiempo razonablemente largo.

Estamos habituados a usar la palabra “depresión” con excesiva frecuencia. Cuando tenemos un mal día, nuestro estado de ánimo está un poco más bajo de lo habitual o incluso estamos cansados, la expresión que acude a nuestra mente es “estoy deprimido”.

La depresión es mucho más que todo esto; es un serio trastorno emocional que implica cambios importantes en nuestra forma de sentir, de pensar y de actuar. Nuestras emociones cambian sensiblemente y puede que tengamos muchas ganas de llorar, que notemos tristeza, y no es infrecuente que aparezcan otros sentimientos desagradables como irritabilidad o ansiedad. Más a nivel corporal, suelen producirse cambios, como notar un cansancio continuo y desproporcionado, pérdida de apetito, problemas de sueño, tensión muscular, y muchos más. También es muy corriente notar una importante disminución del deseo sexual.

Nuestra forma de pensar sufre modificaciones: tendemos a ver el lado oscuro de las cosas. Es como si nuestra visión se hubiera alterado de forma que vemos la realidad teñida de pesimismo y negatividad. Solemos pensar mal acerca de nosotros mismos, nos desvalorizamos y nos culpamos por muchas de las cosas que hicimos y nuestra autoestima se reduce significativamente. El mundo nos parece un lugar hostil y absurdo en el que vivir y no entendemos la vida, ni cómo ni porqué suceden las cosas. Podemos creer que los demás no nos tienen ningún aprecio y que incluso nos rechazan y percibimos el futuro como un callejón sin salida, sin esperanza, con pocos deseos de seguir adelante.

Nuestra forma de actuar va en consonancia con nuestros sentimientos y nuestros pensamientos ya que tendemos a ir reduciendo nuestras actividades; nos volvemos más pasivos y de una forma más o menos rápida, dejamos de salir, de quedar con otras personas o incluso, de ir a trabajar. Podríamos decir que una persona que se pasa el día entre el sofá y la cama, llorando y quejándose continuamente, estaría deprimida. Y no solo porque esté sufriendo algunos de los cambios que hemos citado anteriormente, sino porque esta forma de sentir, pensar y actuar, se mantiene durante un período de tiempo razonablemente largo.

¿Por qué nos deprimimos?

Cada persona tenemos un diferente grado de vulnerabilidad a la depresión. Depende de que en nuestro estilo de vida haya una mayor o menor cantidad de actividades gratificantes, del tipo de creencias o esquemas con los que interpretamos lo que nos ocurre, de entorno social en que estamos inmersos y de nuestra habilidad para resolver problemas, entre otros.

Sin embargo, para que se manifieste es necesario que en el ambiente en que vive ocurran cambios que sean percibidos como desagradables. La depresión puede desencadenarse por cambios vitales como la pérdida o enfermedad de personas queridas, enfermedad propia, problemas de pareja o familiares, problemas o pérdida del trabajo, problemas económicos, cambios de domicilio, sufrir otro problema psicológico, y cualquier otro acontecimiento que implique que la persona se vea privada de algo que considera importante.

Desde esta perspectiva, cuando la persona percibe estas pérdidas pasaría por un período normal de tristeza, pero si no sabe afrontarla con eficacia, comenzaría a sentir los cambios en sus emociones, pensamientos y conductas y empezaría a deprimirse. Durante estos cambios se producen también modificaciones en el funcionamiento bioquímico del sistema nervioso central con una disminución de unas sustancias, llamadas neurotransmisores, que participan en la regulación emocional.

¿Qué podemos hacer?

De lo hasta ahora expuesto, podemos sacar la conclusión de que nuestro estilo de vida, la forma de interpretar la realidad y la aparición de un suceso desencadenante son factores que están implicados en que una persona esté deprimida y continúe deprimida. Por tanto, son aspectos que, dentro del enfoque cognitivo-conductual, hemos de tener en cuenta para diseñar la intervención.

Los dos elementos terapéuticos que más se repiten en el tratamiento psicológico de la depresión son la activación conductual a través de programas de actividades y la Terapia Cognitiva cuyo objetivo es la modificación de los pensamientos inadecuados y de los esquemas desadaptativos. Si en una persona deprimida se da una reducción de actividades y la presencia de pensamientos negativos, debemos de aplicar ambas estrategias. Aunque la norma general es empezar por las actividades, la terapia cognitiva también ayuda a incrementar el nivel de actividad. Por otra parte, la mejoría en el estado de ánimo que proporciona la realización y la recuperación de actividades, facilita a su vez, la terapia cognitiva.

Existe un aspecto sobre el que hay que hacer especial hincapié y es cuando nos encontramos ante personas con un discurso en el que están presentes frases como “me quiero suicidar”, “no puedo soportar esta vida”, “soy una carga para todo el mundo”, etc. Estos pensamientos son fruto de la depresión y de la desesperanza, y su aparición es un indicador de la magnitud de la depresión en la que una persona se haya sumida y constituye una señal de que esa persona necesita ayuda profesional de forma urgente y sin demora para iniciar el aprendizaje de aquellas técnicas para controlar los pensamientos de suicidio y para prevenir la ocurrencia de un hecho tan dramático.

En relación con síntomas fisiológicos, como insomnio, cansancio, falta de apetito o disminución del deseo sexual, es de esperar que al mejorar el estado de ánimo, los síntomas anteriores irán desapareciendo. Sin embargo, cuando las alteraciones del sueño están ocasionando consecuencias de especial importancia para la persona, puede resultar pertinente aplicar determinadas estrategias encaminadas a aliviar el problema. Es muy difícil mejorar el estado de ánimo cuando se duerme una media de tres o cuatro horas diarias.

Si hay hipersomnia o sueño excesivo, la mejor solución es tenerlo en cuenta a la hora de diseñar el programa de actividades, de forma que se sustituyan las siestas, las horas excesivamente tempranas de acostarse, o excesivamente tardías de levantarse, por actividades alternativas. Paradójicamente, cuando se reduce el número de horas de sueño hasta lo normal, se incrementa la vitalidad y se nota menos cansancio.

Por último, si la depresión ha aparecido por un problema que sigue actualmente vigente, será necesario resolverlo con estrategias encaminadas a la resolución de problemas, basadas en la definición del problema, en el establecimiento de alternativas posibles y en la elección y puesta en práctica de la más adecuada.

En todo caso, lo anteriormente expuesto no supone sino una breve orientación encaminada a obtener una mayor comprensión de la depresión y a plantear unas líneas de actuación orientadas a la recuperación, pero que en ningún caso viene a sustituir la ayuda profesional que toda persona con depresión sería conveniente que recibiese.

Si tus preocupaciones giran en torno a este tema o padeces este tipo de problemas, podemos ayudarte… Estamos cerca de ti.

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